Thursday, August 07, 2008


Del 1er Concurso de Microcuentos “Se Reservan Tintas” de Semanario Tiempo, La Serena, IV Región.

Mis tres cuentos que participaron entre muchos, se muestran aquí. Cada uno con seudónimo distinto, obtuvieron Mención Honrosa, el día 1 de agosto de 2008.


Al final de la fila
Por Akivius

Dejé una lágrima y el lápiz sobre la carta a medio escribir. Recordé que mi padre guardaba en una caja de madera sus cosas de niño. Eso me marcó. Siempre quise tener una, sobre todo cuando él ya no viviera con nosotras, pero jamás creí tenerla antes que él se fuera. Mas la vida está hecha de cosas impensadas y pocas veces están allí, a la vuelta de la esquina. Conspiré un momento y seguí escribiendo.
Ese día cuando abrí los ojos, Esteban parecía observar la playa desde la ventana. Escuché graznidos de las gaviotas y noté que la llovizna matutina todo lo entristecía. Se acercó a la cama y se sentó. Lo abracé, su olor difería al de la noche de amor que habíamos tenido.
-Mira, Beatriz –balbuceó y se desprendió de mis brazos- debo anunciarte algo.
-¿Qué sucede? -respondí, extrañada.
-Me he enamorado de otra mujer –clavó certero.
Su voz fue vacilante, su rostro convocó toda la palidez que pudo y ya no existía la sonrisa permanente, sólo el mechón de pelo que caía sobre su frente. Nuestras miradas se encontraron. Noté un quiebre de fino cristal. Escuché esa sentencia y el dolor me ahogo. Lo que siente el ahorcado en los primeros segundos, lo sentí. Mis ojos no sabían si llorar o detonar, mi corazón pareció detenerse; me desvanecí cuando me pareció que se alejaba hacia la puerta de la cabaña.
Tres meses pasé en la casa de campo de mi padre, recuperándome del shock, aconsejada por los médicos. No se lo doy a ninguna mujer, pero no me hundí en la oscuridad, tampoco supe más de Esteban.
Al tiempo, cuando se diluyó la amargura y lo negro del túnel retrocedió, pude salir a caminar por los alrededores de la casa. A veces descansaba sobre la cama de mis padres, mientras reflexionaba atenuando la desilusión. Podía contemplar sobre el ropero la hermosa caja de cedro que allí permanecía por años. Cada vez la hacía más mía, hasta pensé en las cosas que podría guardar allí, tal vez, útiles o no.
El día que partí sana, mi padre me llevó al terminal de buses para volver al trabajo. En la mochila gris sobre mis rodillas, estaba la caja de cedro que él me cedió sin pedirla. Puede que su noble sapiencia y su observación, lo hayan empujado a eso.
Al otro día desperté con acritud en la boca. Una ducha fría me tranquilizó. Vestí un traje blanco con escote que ajustó muy bien a mis veinticinco años. Calcé los zapatos rojos con el bolso de cuero carmesí, regalos de Esteban. En su interior introduje la caja de cedro. Hacía calor. Caminé lento después de bajar del taxi y entré al Banco Empresarial. Llevaba un cheque en la mano al llegar a la fila. Cuando me tocó, descorrí el cierre del bolso carmesí, saqué la caja de cedro y de su interior el arma con que apunté directo a Esteban, quién sólo tuvo la oportunidad de ver mis ojos claros por última vez.




La puerta metálica
Por Enolio

Adalberto me cuenta que lo que más le a llama su atención cuando ve a una mujer llamativa, son los relieves traseros, sobre todo si camina cadenciosamente.
Dice que el jueves, cuando muy de madrugada, casi incoherente por el carrete, vio a una de aquellas mujeres que lo transportó más allá del entendimiento, y la siguió. Era alta y delgada como él. Caminaba erguida, con largos pasos y vestía chaqueta de cuero negra y falda roja corta. Repentinamente ella se da vuelta y le mira fijo. Adalberto baja la mirada. Cuando levanta la vista, la mujer está muy cerca de él y le miran unos ojos como agua clara. Pestañean un par de veces y entrega una sonrisa. Son sólo diez centímetros los separan. ¿Dónde vas?, pregunta ella. Él se queda casi mudo. De vuelta a casa, alcanza a insinuar. ¿Quieres bailar?, insiste. Adalberto asienta con la cabeza y se marchan muy juntos. Una cuadra más allá entran a un local oscuro donde hay música suave y lenta. La muchacha lo guía, lo abraza y bailan al son. El aroma de su cuello tiene a Adalberto en una tiniebla que él no entiende. No quiere marearse con tantos giros; desea estar un poco sobrio. En un descanso de la bulla la muchacha pregunta si quiere ir hacia la parte de atrás. Aún de pie y juntos, él dice sí, y caminan hacia el interior. Es algo que nunca le ha sucedido antes y eso lo lleva encendido -me confiesa. Pasan un patio oscuro y llegan a un “trailer” que tiene una puerta de metal que ella abre. En el interior, una mesa, un sillón rojo y dos sillas apenas visibles por la poca luz. Ella toma una botella y dos vasos; los sirve. ¡Ven, siéntate a mi lado!, susurra. Toma un trago. ¿Cuál es tu nombre? Él responde Adalberto, y la mujer suelta una carcajada. No te ofendas, es que tu nombre me recuerda a mi abuelo. Él está serio con el vaso en la mano y asiente. Con la poca luz distingue las largas piernas que la falda deja al aire. Toca aquí, y ella toma su mano y la ubica sobre sus pechos. Adalberto siente una corriente eléctrica en su espalda al apreciar la turgencia de ambos senos; la introduce entre la piel y la fina tela del sostén. Busca el pezón. Es débil y pequeño; lo imagina rosado oscuro y un tanto rugoso. Su propia sangre se abre camino llenando los cuerpos cavernosos que comienzan con el erguimiento machista. Tú nombre, pide Adalberto. Ella responded Clara. Clara repite y toma la mano de la mujer y la ubica sobre su entrepierna viviente. Ella lo aprieta con suavidad. Oye, Adalberto, aporta ya excitada, tócame tú lo mío. Y él concierta su palma sobre el sexo de Clara. Se da cuenta que es más grande y grueso. En dos segundos lo comprime con fuerza hasta que sale el grito. Luego sale dando un portazo metálico; las estrellas ya no estaban.




¿Dónde irá a esta hora?
Por Marco Verne

Aquella mañana muy temprano que amenazaba ser soleada, sube conmigo al carro del Metro. Va repleto como cada día, pero ella con su vestimenta de colores vivos, merodea a su antojo, mientras yo la contemplo afirmado en un rincón. Nos acompaña el traqueteo del tren, el abrir y cerrar puertas, el salir y entrar gentes, hasta que llega el final del viaje. Bajo en la estación y la quedo mirando. Logra arrancarme una sonrisa; pienso que me seguiría, pero no, allí se queda al cierre de puertas. Y me pregunto, ¿dónde irá a esta hora una mariposa de tantos colores?

3 Comments:

At 10:02 AM, Anonymous Anonymous said...

JAAAAAAAAAAAAAAAA usted y sus finales de historias, mi estimado jajaja, no se si reir o llorar jajaja;El segundo cuento se parece a alguna anecdota de un par de amigos que me han contado jaja

asi es que mencion honrosa en un concurso???? vaya, que emoción......lo felicito mi estimado ;-)
abrazos....

yo misma....

 
At 5:51 PM, Anonymous Anonymous said...

precioso diploma..............precioso ;-)

 
At 12:37 AM, Anonymous Pengobatan Alternatif Untuk Mengangkat Miom said...

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