Monday, October 17, 2005

OTRO RECUERDO DE NIE

OTRO RECUERDO DE NIÑEZ

Los días domingo, nuestro padre Juan Borlone Ortíz, solía sacarnos a mi hermano y a mí a pasear a distintos lugares de Santiago.
Aquel domingo le tocó al Cerro San Cristóbal; yo tenía unos diez años y mi hermano Sergio un poco más de la mitad, había sol que no calentaba mucho, pues era junio y subíamos por la entrada de peatones próxima a la sala de espera del funicular. Aparentemente mi padre quiso fortalecer las piernas de todos y nos llevó caminando hacia arriba, a una explanada, mucho antes de llegar al zoológico. Sergio a sus  años, con ímpetus de energías, intentaba correr hacia la cumbre del camino, que era relativamente corto, pero para él debió haber sido como subir a una montaña. Mi padre también jadeaba y resoplaba como yo al llegar a la pequeña plaza donde había asientos y algunas palmeras que daban sombra a las 3 de la tarde. Luego las nubes se fueron acumulando sobre nosotros, poco a poco y pobre sol que había se fue recogiendo.
Nos sentamos en un banco de cemento muy frío y nos compró una manzana confitada que se agarraba de un palo que sobresalía de la parte inferior de la  fruta. Nuestras bocas quedaban embadurnadas de esa extraña mezcla de color rojo azucarado que traían las manzanas. Íbamos sólo en la mitad de la merienda cuando repentinamente se dejó caer una continua lluvia, “a cántaros”, como decía mi madre y no estábamos preparados para eso. Como pudo, nuestro padre, me tomó de la mano y a Sergio lo cargó en sus brazos, bajando en un rápido trote cerro abajo. Todo era una chispeante risa mojada que nos alegraba el juego. Llegamos abajo a cobijarnos a la sala de espera del funicular, jadeando y mucho más cansados que cuando subimos.
Lo extraordinario de la situación, fue que Sergio no dejó de comer su almibarada manzana y cuando mi padre lo bajó de los brazos, era una era una rojiza manzana él mismo. La cara de Sergio estaba toda pintada con la mezcolanza roja porque no dejó de intentar masticarla en el recorrido y la lluvia se encargó de hacer fusionar el fárrago en su propia cara.
Cuando llegamos casa y mi padre contó lo sucedido a mi madre mientras servía el té, volvimos a recrear aquel increíble momento
Tal vez Sergio no lo recuerde, pero hay otras ocasiones en que nos reímos todos juntos por los hechos sucedidos.

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