Wednesday, September 21, 2005

INVOLUCRAN A POR LO MENOS 80 SACERDOTES ACUSADOS DE ABUSAR SEXUALMENTE A NIÑOS.


Las Iglesias de Boston guardan secretos terribles.
BOSTON.- Las iglesias católicas de esta ciudad guardan secretos terribles. Muchos. Son secretos que nunca debieron serlo. Involucran a por lo menos 80 sacerdotes acusados de abusar sexualmente a niños. Cientos de niños. Por extrañas e inexplicables razones la Arquidiócesis de Boston y, en particular, el cardenal Bernard Law —el sacerdote de más alto rango dentro de la Iglesia Católica en Estados Unidos— ocultaron durante años los casos de abuso sexual contra menores de edad y protegieron a los religiosos que los cometieron. ¿Cómo? En lugar de denunciar ante la ley a los sacerdotes como criminales, la mayoría de ellos fueron cambiados de parroquia o de trabajo, muchas veces manteniéndolos en contacto directo con niños en escuelas e iglesias. El caso más trágico es el del ex sacerdote John Geoghan acusado de haber molestado sexualmente a más de 130 niños desde que fue ordenado en 1962. Hace poco fue sentenciado a 10 años de cárcel por haber tocado en las nalgas a un niño de 10 años dentro de una piscina. El juez que lo sentenció dijo que Geoghan era “un peligro para cualquier preadolescente”. Y lo más triste del caso es que líderes de la Iglesia Católica —de acuerdo con los documentos publicados por el diario The Boston Globe— estaban enterados del criminal comportamiento de Geoghan y en lugar de entregarlo a las autoridades, únicamente lo cambiaban de parroquia. Una encuesta realizada por el mismo The Boston Globe indica que la mitad de los católicos entrevistados considera que el cardenal Law debe renunciar a su puesto. Pero el arzobispo de Boston se ha negado a hacerlo. En cambio, en varias conferencias de prensa durante el mes de enero, pidió disculpas y dijo sentirse “profundamente avergonzado” por la manera en que se manejó el caso del pedófilo John Georghan. La realidad es que la Arquidiócesis de Boston no dio a conocer de manera voluntaria la información sobre los 80 sacerdotes investigados. No. La Arquidiócesis fue obligada a hacerlo por las demandas en su contra —que pudieran costarle a la Iglesia decenas de millones de dólares— y por el difícil trabajo investigativo de un periódico. Los líderes de la Iglesia Católica en Boston pusieron a sus sacerdotes por encima de la ley y del bienestar de los niños violados, humillados y abusados sexualmente. Desafortunadamente los casos de pedofilia en Boston no son los únicos. La Diócesis de Manchester en New Hampshire le ha dado a la policía los nombres de 14 sacerdotes acusados de abuso sexual desde 1963 hasta 1987. Y las iglesias en poblaciones como Worcester en Massachussets y Portland en Maine tenían planeado decirle a sus feligreses quienes eran los sacerdotes que maltrataron, tocaron de manera inapropiada o manosearon a menores de edad, de acuerdo con recientes informes de prensa. Los casos de pedofilia entre algunos sacerdotes católicos de Estados Unidos son un secreto a voces. Pero nunca antes se habían denunciado de esta manera. Además, la situación puede ir mucho más allá de las fronteras de la Arquidiócesis de Boston. Si ahí 80 sacerdotes están siendo investigados de un total de 930 —es decir, el 8 por ciento— las autoridades eclesiásticas en otros lugares deberían, también, investigar y denunciar cualquier tipo de irregularidad. Ésta no es hora de secretitos. Pregunta: ¿cuántos casos de pedofilia hay reportados dentro de la Iglesia Católica en México, en Colombia, en El Salvador...? ¿Cuántos? La información no puede esconderse y debe hacerse pública. Lo que está ocurriendo en Boston debe conocerse en América Latina —donde hay una fuerte presencia de sacerdotes en la educación— para evitar que ahí se repitan los abusos. Y no sólo sexuales. Los castigos físicos y corporales forman parte de un anticuado y mal entendido concepto de disciplina en algunos colegios religiosos. Lo sé; yo estudié en una escuela católica donde frecuentemente se golpeaba a los estudiantes. Estos castigos, al igual que el abuso sexual, tienen al menos tres características en común: 1) la imposición por la fuerza de la voluntad de un adulto sobre un menor de edad, 2) la impunidad con que actúan ciertos sacerdotes frente a los niños, y 3) el secretismo en torno a posibles violaciones de la ley, que son —como demuestra el caso de Boston— más frecuentes de lo que algunos sectores de la Iglesia Católica quisieran reconocer en público. La solución para evitar estos abusos es muy sencilla (y muy difícil de poner en práctica): ningún sacerdote o religioso, ninguno, puede estar por encima de la ley y cualquier abuso (sexual y físico) o maltrato debe ser reportado de inmediato por la misma Iglesia a las autoridades civiles. El manejo interno de estas cuestiones ha resultado ser, por desgracia, poco efectivo, injusto con las víctimas y no le ha puesto un alto definitivo a los abusos. Y esto no se limita, por supuesto, a la Iglesia Católica. Ninguna organización religiosa debería —por su bien y por el de los niños que están a su cargo— esconder y proteger a violadores sexuales, pedófilos e individuos con comportamientos agresivos y abusivos. El problema es que este tipo de asuntos pocas veces salen a la luz pública. Sobra decir que la gran mayoría de los sacerdotes católicos tiene una reputación a prueba de cualquier sospecha. Sin embargo, cuando un niño denuncia la mala conducta de un sacerdote, pocos son —incluyendo a veces a sus familiares— los que creen en el menor de edad. El niño está en franca desventaja: es su palabra contra la de una tradicional figura de autoridad. El escándalo sexual en la Arquidiócesis de Boston nos obliga a poner mucha más atención cuando un niño o adolescente se queja de la conducta del señor de las sotanas. Las iglesias católicas de esta ciudad guardan secretos terriblesObtenido por gentileza de: Jorge Ramos Avalos.

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