LOS RECUERDOS CON MI PADRE
Bajando desde el Morro de Arica
Uno de los tantos recuerdos que permanecen en mi mente junto a él, es aquel en que yo no contaba con más de seis años. Fue un domingo iluminado en Arica, de esos que brillaban como el nombre de “Arica Siempre Arica”.
Sería en 1940, cuando mi padre Juan Borlone Ortiz era alcalde de la comuna de Arica y salíamos cada domingo con la familia y dos o tres de sus hermanas, hacia los valles el Morro y otros lugares atractivo a pasas el día.
Esta vez fue el Morro. Había un camino por detrás del Morro que creo ya hoy no existe. El lugar estaba hacia el sur y enfrentaba lo que era la incipiente playa La Lisera por donde no había camino alguno para bajar hacia la arena y la orilla del mar. Lo hizo muchas veces en su Foro 34. Cuando decía que bajaría “directo”, mis tías Amalia, Rosa, Elena y mi madre se bajaban apresuradamente del automóvil y preferían demorarse muchos minutos bajando a pie y no arriesgarse a que les pasara algo. En cambio, mi padre, siempre me preguntaba si yo era valiente. Mi respuesta no era otra que sí, moviendo la cabeza y afirmándome en el panel de instrumentos del Ford 34. Si bien mi sangre se helaba, pues así la sentía, no quería demostrarle la extraña sensación que sentía al ver el auto casi de punta bajando por una huella que no era camino y en un ángulo exagerado; después supe que era un ángulo de unos 45º de inclinación. Bajábamos casi de cabeza y yo veía el mar como si viniera cayendo desde arriba del cielo. Ahí sabía la razón del por qué mi madre y mis tres tías se bajaban antes. Nosotros ya estábamos con los pies en la orilla del mar, cuando ellas llegaban jadeando junto a nosotros, para llegar a tirarse sobre la arena a descansar. Disfrutábamos esos domingos.
Acostumbraba a aconsejarme que no temiera a estos osados viajes. Decía que sus amigos pilotos del aeródromo El Buitre, le regalan bencina para avión y con eso. El automóvil quedaba con mucha potencia y nadie nos aventajaría. Efectivamente, muchas veces al mirar por las rejillas que tenía el capot, el llamado “múltiple”, estaba de un color rojo muy oscuro y salía un olor a hierro recalentado. Pero el Foro 34 llegaba incólume a la playa y sin problemas.
Después, a la vuelta, la exagerada subida hacia el Morro para volver a casa, en Patricio Linch con Baquedano, era espectacular. Varios autos intentaban subir, pero ningún otro de la misma marca o categoría nos podía seguir y ganar. La bencina de aviación era de una potencia increíble y yo le doy una buena parte del mérito. Mi padre era realmente astuto y eso me divertía en mi niñez. Hoy, la casa donde nací, ubicada en esa esquina, está abandonada y se ve desastrosa. Cada vez que voy a Arica, me doy el tiempo para pararme en esa esquina y los recuerdos llegan revolotean en mi mente.
Mi hermano Sergio Borlone Rojas, sólo tenía dos años y mi madre, Leonor Rojas Rozas, lo bajaba en brazos por la ladera del hermoso Morro de Arica. Son recuerdos que no se borran tan fácilmente.
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