Tuesday, March 02, 2010


Cuando mis pies sintieron la onda.

No se lo doy a nadie.

El sábado pasado, a las 03:33 horas, después de bajar de un segundo piso, intentando tener calma, me detuve con el cielo, las estrellas y la luna, encima de mí. Mientras el jardín de esa casa en Con Con que sirve de estacionamiento -todo cemento bien conformado- bailaba su propia danza interior y me llevaba en su ritmo de bajar y subir, sensación que será difícil de borrar en mucho tiempo. Es una Naturaleza despiadada, a la que algo le debíamos, pero es como debe ser: hacerme sentir en la planta de mis pies, ondas y sinuosidades prolongadas por 3 lagos minutos. Mis pocos pensamientos insistían en mentirme que el terreno se abriría en una larga y descomunal franja, mostrando lenguas de fuego que serían mis propias debilidades y pecados. Pero no fue así. La comuna de Con Con resistió bien los 7 y fracción de grados Richter. Luego el baile fue disminuyendo hasta sólo las hojas de plantas y pequeños árboles de los rincones, mantuvieron un rítmico sacudir de hojas hasta que descansaron en la momentánea quietud. Luego vendrían la super réplicas.

Los resabios, reflexiones y miradas entre los que estábamos allí, aún temblando, parecíamos preguntarnos mentalmente: ¿Dónde habrá sido? Alarmas de casa y de automóviles en medio de una oscuridad clariibella debido a la Luna, señalaban que otra vez el país había sido golpeado por el mazo natural del choque de las placas tectónicas que convergen a una velocidad de 7 centímetros por año, la de Nazca, sobre la que asienta la porción del océano Pacífico en las costas sudamericanas. Esta vez el HAARP no tuvo nada que ver, porque la profundidad de este terremoto fue alrededor de los 29 kilómetros y no entre 10 y 12, que es el común denominador de esa arma. Luego se supo que la ciudad de Concepción y otras en las regiones de Maule, fueron las más damnificadas, así como la zona costera donde prácticamente desaparecieron caletas, pueblos, y playas, esta vez.

El país está ubicado en lo que se denomina el cinturón de fuego del Pacífico, que también roza a Japón, las costas peruanas y la de California. Estamos acostumbrados a esta condena natural cada cierto tiempo. Aún recuerdo los sismos de 1960, donde el trabajo en los aeropuertos fue descomunal, el de 1985, que también fue cercano a 8°, y según el experto de la Universidad de Chile, Sergio Barrientos, “hasta el año 2011 podrían durar las réplicas”. Todo chileno nace sabiendo que ocupamos un lugar de “privilegio” en lo relativo a movimientos sísmicos y así se crece.

Este terremoto –muy grave- se ubica como algo especial, ya que asoma al final del período de Michele Bachelet y el próximo inicio del gobierno de Sebastián Piñera, quién deberá enfrentar dignamente la conducción del grupo que velará por levantar el país para intentar dejarlo como estaba hace unas semanas, o mejor.

Es una titánica labor el recuperar carreteras, puentes, edificios y señalar con el dedo a culpables de que construcciones nuevas sufrieran los visibles deteriores que se observan y que, además, trajo víctimas, desaparecidos y familias en medio de desgracias.

Por todo esto, no se lo doy a nadie.

Foto gentileza de:

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